El tema de la vivienda del hombre y de su relación con los demás elementos del espacio habitable, se convierte en Europa, desde las primeras décadas del siglo XX, en el núcleo central de la investigación arquitectónica. Es, pues, en cierto modo lícita la identificación de ciudad moderna y propuestas residenciales de la arquitectura moderna, ya que éstas constituyen la trama de fondo sobre la que asienta la idea de ciudad elaborada por la cultura arquitectónica de la primera mitad del siglo XX (Martí, 2000). En este panorama la vivienda colectiva ha sido, en la historia de arquitectura moderna, uno de los elementos más revindicados como generadores de ciudad; y Luanda no fue una excepción. Esta se redefinió en términos urbanos y urbanísticos en el siglo XX, a través de un proceso intenso y rápido, que pasó por la expansión acelerada del área urbana y metropolitana y por la intensa renovación arquitectónica; ambas acompañadas por un gran aumento demográfico. Para controlar el crecimiento aleatorio, se apoyó en la edificación de los barrios de viviendas unifamiliares, conjuntos de vivienda colectiva, unidades vecinales, barrios cooperativos y privados, para las clases más pobres y para las clases medias. De hecho, el tema de la residencia asumió en Luanda gran protagonismo desde la década de los cincuenta y fue aún más notable en la década de los sesenta. Sin embargo, el papel de la vivienda colectiva como elemento estructural de la ciudad ha estado en muchas ocasiones subordinado a voluntades políticas e intereses económicos, perdiendo su proceso de construcción como lugar urbano.

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